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Gustavo

Gustavo era su nombre, y nadie nunca supo si lo que decía era cierto... se sentaba al lado del tecnológico teléfono, que orgulloso había aprendido a usar, (aunque el condenado tuviera más teclas que el condenado computador que por trabajo también había aprendido a ocupar...) para contarle a sus nietos las mil y una aventuras que solo y con compañía había vivido y disfrutado.

Cuando los pequeños comenzaron a escucharle, sus ojos enormes brillaban encantados por semejantes vivencias, pero a medida que fueron creciendo, su usual puesto al lado del teléfono, se fue quedando sin audiencia... avergonzados murmuraban a sus espaldas, aprovechándose de su sordera, cuán ciertas podían ser aquellas historias... dolidos por semejante mentira, aunque no siempre decía: sin ésas historias, nuestra infancia, no sería infancia...

¿Qué historias?

La verdad es que nadie sabía si Gustavo había subido a aquel barco a los quince años zarpando del puerto de Valparaíso sin más que su mochila camino al Archipiélago de Juan Fernández, si de verdad se había cambiado la edad para hacerlo, si era cierto que había entrado a estudiar en la Universidad más renombrada del puerto: "Yo estudié en la Santa María, y pucha que la pasé bien... estudié, conocí y fuí feliz..." ¿era verdad que había llegado a Santiago en moto, y se enamoró de una chiquilla se dieciséis años, casándose con ella? Bueno, lo de la chiquilla era verdad, pero, todos ponían en duda su amor...

"Que horrible existencia", murmuraba Gustavo, seguro de que nadie lo oía (pues ya nadie lo hacía), sus nietos habían crecido, sus hijos alejado y su esposa igual de susurrante como él...: "que horrible existencia" - le dijo al perro, que acostado a su lado del teléfono lo miró cansado.

Sent by Tolkita

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