Lo más normal hubiese sido que me pidieras perdón, de la manera más elocuente o de la más bruta o la más simple, daba igual, yo te hubiese contestado que no importaba, que ya lo había olvidado, que a todo el mundo le podía pasar; pero no, ni una palabra, no dijiste nada, te metiste en la cama, apagaste la luz de la mesilla -ni siquiera te pusiste a leer como todas las noches- y te dormiste.
Desperté alterada ¡¿Cómo no iba a estarlo después de que no te disculparas?! Pero no dejé ver mi estado de ánimo ¿Para qué? ¿Para que me ignoraras de nuevo como lo habías hecho la noche anterior? Mejor te ignoraba yo. ¡Vaya noche la que habíamos tenido! La fiesta era perfecta, la ambientación increíble, "... esperamos contar con vuestra presencia para la celebración de un pequeño baile de Carnaval veneciano..." rezaba la invitación ¡Y valla que eso era un Carnaval!
Habíamos llegado con tiempo suficiente para conversar con los amigos y regresar temprano a casa, estaban todos nuestros amigos más cercanos y cada uno tomó su lugar en el grupo de su preferncia; tu te integraste de inmediato al corro del "Club de la Lucha" como le llamabamos las señoras al singular conjunto que hacían un corredor de bolsa con un pintor, alguno que otro ingeniro en informatica, un veterinario y César, que no tenía profesión definida pero que siempre salía del paso, amigos desde el bachillerato a los que unían más los lazos del tiempo que los intereses profesionales.
Nosotras, las esposas, eramos igual o más diferentes que ustedes, a fuerza de reuniones y constantes recordatorios de aventuras pasadas, habíamos hecho una especie de grupo de contraste, no teníamos recuerdos en común, no habíamos ido a la escuela, ni a la universidad ni siquiera visitabamos los mismos sitios, pero la risa que nos causaba recordarles alguna fecha anecdotica, algún detalle del pasado, alguna travesura que habían hecho y del cual cada uno tenía un recuerdo distinto, nos era suficiente para sentirnos cómodas entre nosotras.
Hablabamos de alguna tontería, Elsa nos comentaba la última experiencia que habían tenido en Nueva York y las peripecias que habían experimentado al llevarse a "Fidolino" un pekinés al que yo detestaba y que era el angelito del hábil corredor y su señora cuando tu te acercaste a decirme que ibas al baño.
Entre tanta máscara y traje de colores te me perdiste enseguida, dejé de buscarte con la mirada y me dirigí a la barra para beber otro martini, decidí que ya estaba harta de escuchar las novedades neoyorkinas y las singularidades de la moda de Wall Street y salí a la terraza a tomar el aire, me estaba desesperando, tu llevabas más de media hora ausente y yo ya quería regresar a casa.
Te marqué al teléfono miles de veces y la voz de la contestadora, que a esas alturas ya me era muy familiar, me decia que el telefono estaba apagado o fuera de servicio. Me desesperé, si querías llegar a casa, lo harías solo, yo ya tenía sueño. Me despedí de las señoras y pedía que me disculparan con sus maridos, bajé al estacionamiento y busqué desespedada nuestro coche, imposible recordad dónde lo habías dejado, tan grande era el estacionamiento y tan abarrotado que no tuve más opción de coger un taxi, la noche no podía empeorar y seguía sin localizarte, esa manía que tienes de no cargar la batería...
Llegué a casa y encontré el coche estacionado en la puerta, las luces de la habitación encendidas y la casa tranquila ¿por qué no me habías llamado? Me enfrasque en esos pensamientos mientras me quitaba la ridicula máscara que había traido toda la noche, entre al cuarto diciendo no se que cosas y te veo ahí, acostado en la cama con ¿otra mujer? Llevaba mi mismo vestido, traía puesta mi misma máscara, incluso el carmín de los labios que ya había manchado tu rostro era parecido. El grito de terror -y sorpresa- que dí interrumpió la acalorada escena que estaba prescenciando, volteaste a verme sorprendiso, tu cara de placer se habia transformado en segundos en una angustiosa expresión de temor, giraste la cabeza varias veces entre tu compañera y yo y al fin arrancaste la máscara de su rostro, la sorpresa de ambos fué aún mayor ¿César? ¿Pero...qué...? ¿qué demonios pasaba? César nos miró a ambos con una sonrisa maliciosa, se levantó de la cama y se marchó. No dijo nada, no dijimos nada nadie. Salió de la puerta y se fué. Tu tampoco dijiste nada. Te metiste en la cama y apaste la luz de la mesilla y te dormiste. Sin decir nada, absolutamente nada.
Sent by Fernanda para la Primera Foto