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La cita.

La mesa arreglada de aquel rincón aguardaba, invitandora a una cita con palabras de amor. La tarde soleada y tranquila daba el punto adecuado para un ambiente propicio de proposiciones, besos y suspiros.

Afuera, la vida transcurría monótona y ajena. Nadie se percataba de la perfección que estaba creándose en el interior de aquel café.

En silencio, las motas de polvo navegaban en el aire, atravezando de ves en cuando algún rayo de luz que se filtraba entre las ventanas enrejadas.

El reloj marcaba el paso del tiempo con su oscuro tic-tac imparable. La espera continuaba. Los asientos vacíos seguían en su lugar, aguardando...

A lo lejos, un mesero subía el volumen del radio mientras Sabina cantaba la última estrofa:


«Así que no andes lamentando
lo que pudo pasar y no pasó.
Aquella noche que fallaste,
tampoco fui a la cita yo....»



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