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La noche de las flores


La noche de las flores lo dejó petrificado. No era hijo de Lot pero la sal irrumpió su cuerpecito al contacto con las flores nocturnas del mal. Ni siquiera conoció a sus padres y dudó mucho siempre de ser concebido por dos seres humanos que se amaron alguna vez. Era el que más le metía al chemo y a la Garnacha cuando ésta se dejaba. La Garnacha aflojaba a eso de las cuatro de la mañana, cuando la mona hace su efecto onírico y las piernas se abren temblorosas. Pero el niño de la calle ya no se perdería en las entrepiernas de la Garnacha. No supo cómo se alejó demasiado de la banda. No supo si fue el demasiado frío o el hecho de que la soledad se olvida un poco si sales de la coladera, penthouse de la más alta estofa para los niños nocturnos, con alfombras de cartón y un frigobar inservible y herrumbrado donde guardan los botes y la mona.

Se apartó cuando faltaban unas horas para que el sol le abriera paso a las espinas nuevamente, caminó donde tuvo que transitar para sentir a la ciudad suya, completamente suya.

Estaba en la alucinación y se reía de que todos estaban durmiendo y él no. Así salió del penthouse y siguió derecho hacia el parque. Ahí el frío era tan inmenso como el suspiro que dejó salir. Tenía meses buscando ese suspiro para expulsarlo. Su aliento amargo le recordó que tenía hambre desde hacia 10 años. Fue cuando observó a las flores muriéndose de frío, en medio de la soledad del parque. Se acercó a las flores porque a pesar del fresco ellas bailaban con ese temblor de contorsionistas, seduciendo a un público helado, solitario y a la vez fantasma.

Pensó por un momento que a la Garnacha le gustarían unas flores mágicas por la mañana. Si no conseguían unas monedas para el desayuno o para el 5000, la Garnacha podría olvidarse un poco de la tristeza que goteaba por la coladera, y al descubrir el aroma de las flores, la Garnacha le daría un beso bien tronado y se comería los pétalos.

Es entonces que decidió arrancarlas, observó de un lado y del otro, la tira no pasaba a esas horas. Cuando tocó a la primera flor, se escuchó un alarido que despertó a las otras, impresionado el niño se llevó su manita a los labios en señal de silencio: shhhh… pero las flores del mal no enmudecieron hasta que el niño poco a poco en su posición de pedir silencio fue cubriéndose de sal y después de otra capa de piedra volcánica. El último sentir del angelito de la calle fue la sensación de que el frío y el hambre se acababan para siempre.


Sent By Pedro Luis

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